La pantomima de vivir
La pantomima de vivir
En medio de oquedades profundas y oscuras, del hastío de la naturaleza humana, de la mayéutica agobiante, de la posibilidad de imaginar un espacio de dimensiones inconcebibles e inmensurables, de escapar de la abulia causada por el afán cotidiano, por esa falta de complicidad entre las almas pasajeras, aparece un texto con miles de pretensiones producido con las infinitas y bellas posibilidades del lenguaje, desde las más rusticas hasta las más delicadas.
Quizás esta secuencia de palabras danzan y juegan en la sonoridad, en la creación de un tipograma de la vida o de una pseudo existencia, aquella que constantemente se cuestiona si la felicidad se configura desde la añoranza del pasado y la monotonía del presente. Puede ser que esta sea la fuente de la psicosis de los mortales o quizás sea ese espacio donde me encuentro sola, encerrada con el ocio interpelándome quién soy.
Un silencio ensordecedor aparece y de repente, ya no estoy tan sola, la liante agorafobia empieza a recorrer los pasillos de la mente y se ríe de mí mientras intento escapar. Ella conoce bien la paradoja del narciso, intentar huir de sí mismo, detenerse, contemplar, descubrirse y enamorarse de sus hostilidades, deseos, pasiones y presunciones. Es ahí cuando mi soliloquio rutinario me pregunta si esa es la razón de mi desinterés hacia el fatigante teatro de las relaciones, un juego de vanidades y poder.
Después de unos segundos, minutos u horas, rodeada de ansiolíticos y de un alba cuya compañía es el insomnio danzante, comprendo que la ausencia de interrogantes podría ser la causa de la tan anhelada eudemonía porque me haría cuestionar menos sobre la pretensión y mezquindad de lo terrenal. Tal vez, entre más vieja, me haga más indiferente, más ciega ante el infinito bucle de la estupidez humana o posiblemente más histriónica y más sabia en el arte de la pantomima de vivir.
Cass de Açaí





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