B. Hyde
Quizás esta oda a Hyde pueda encontrar la precisión en las palabras al tratar de explicar lo impresentable, el porqué de un caos inmensurable. Pues bien, Jekyll despertó preguntándose por la insatisfacción del ayer, cuestionándose si algún día podrá controlar a aquel Hyde de acciones caprichosas, psicóticas, infantiles y hostiles.
Quizás el odioso Hyde no se quiere ir, quizás nunca se irá, quizás no exista ningún Jekyll, quizás Hyde lo consumió por completo en una bocanada de inseguridades y sombras de tiempos pasados las cuales lo envolvieron en una nebulosa que lo hacía sentir cada vez más ínfimo. Es estúpido que Hyde se burle y se queje de las nimiedades de otros seres cuando su cabeza está llena de ellas.
Quizás Hyde les grita a otros cronopios que lo dejen solo, que lo dejen en paz. Pero lo que no sabe es que se grita a sí mismo, les grita a aquellas voces de la indolencia y la antipatía que no lo dejan tranquilo, que no lo dejan escuchar, que lo hacen más obstinado y menos humano.
Jekyll siente la resaca de herir a un amor tan lleno de vida, de luz, espontaneidad y desparpajo. Pero sabe bien, que un caminante no encuentra las mismas aguas en el mismo río y que en cambio, queda el sedimento de lo dicho, de lo hecho y lo deshecho.
Jekyll sabe que amar es entender que aquel dulce amor debe dejar de soportar la insatisfacción e inestabilidad del odioso Hyde.
Cass de Açaí





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