C. Camaleón

 Allí estaba aquel camaleón en busca de la luz del sol, pues solo quería volver a ser abrazado.


Buscaba el brillo de sus colores, buscaba la intensidad de sus matices.


Sabía que el destello de aquella estrella lo hacía sentir seguro, pues alguna vez lo cobijó en la noche fría.


Sabía muy bien que el resplandor orgánico no lo abrasaba, lo abrazaba.


De repente, vio una lumbre histriónica y pensó que allí encontraría la misma sensación de bienestar.


El camaleón, agobiado, sabía que no era una fuente natural, sino que era abrumadoramente artificial.


Sabía que necesitaba de su calor, pero lo cegaba y no podía escapar. No la amaba, pero se quedaba allí porque pensaba que moriría de frío.


Era un camaleón insatisfecho pero conforme,  se sentía tenuemente abrigado. Sabía que, algún día, su frío sería más fuerte y apagaría a la lumbre.


Entendió luego que esa sensación de bienestar que alguna vez sintió solo tenía que provenir de una fuente natural.


Ese sol que acariciaba al camaleón, que lo contemplaba y se miraban con complicidad, despojados de pretensiones y vanidades.


Sabían que los dos se cuidaban el uno al otro, porque el sol no era una estrella hostil que pudiera quemar al camaleón.


El camaleón quería dejar de preguntarse por el calor del sol, pues sabía que este lo protegía, aun cuando solo estaba la luz de la luna.


Finalmente, tal como el camaleón lo imaginaba, el frío terminó por apagar el calor artificial de la lumbre.

Cass de Açaí



El camaleón nunca supo cómo desnudarse ante la lumbre, aunque esta conociera todos sus lunares.









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